En Venezuela nos hemos equivocado históricamente. Aunque el país ha atravesado crisis sociales y económicas, ninguna es comparable con la tragedia que vive en la actualidad. Hace 20 años los motivos que ocasionaron el ascenso de Hugo Chávez se debían a que “hemos llegado al llevadero”, y que era necesario un cambio de rumbo para buscar la mejoría de la nación.
La elección del otrora militar y líder de dos intentonas golpistas nos ha salido caro. Intelectuales y empresarios apostaron a él como una especie de castigo contra los políticos tradicionales. Este error se ha traducido en expropiaciones, opositores presos, cientos de desterrados, miles de muertos por falta de medicamentos, inseguridad o desnutrición, además del colapso de los servicios públicos por inoperancia y desinversión.
¿Cómo evaluar entonces los casi 4 lustros del chavismo frente al poder? Sin exagerar, ha sido un período catastrófico, endulzado con precios petroleros altísimos, profundización ideológica y cientos de dádivas para distraer sobre las verdaderas intenciones: perpetuarse en el Ejecutivo e impedir la llegada de una generación de relevo.
Pero en política, como en la vida, no hay verdades absolutas. No solo Chávez y Nicolás Maduro provocaron una herida de muerte a la democracia, la oposición venezolana también tiene su cuota de responsabilidad por no saber consolidar una verdadera unión, esa que trascienda lo electoral y se convierta en esperanza para la ciudadanía.
Las profundas divisiones en los grupos que adversan a Maduro son notorias. Ni con encerronas ni cualquier otra acción ha podido llegar a la necesidad de un consenso por el bien de la República. Las redes sociales han sido los mecanismos más usados para desnudar las diferencias, perfectamente solucionables, pero que por inmadurez no se han podido resolver.
Mientras más desintegrada luce la oposición, más se fortalece el oficialismo. Muchos no han entendido que el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y sus fichas claves se fortalecen con cada desatino y traspiés de quienes quieren sucederlos en el Poder Ejecutivo.
Vienen más tiempos duros y eso debe quedar claro. No se trata de ser apocalíptico, pero un modelo económico inestable, dominado por el mercado negro de divisas y un porcentaje importante de importaciones frente a una nula capacidad de producción interna solo se traduce en más pobreza y desempleo, elementos perfectos para la dominación.
La falta de conducción política es cada vez más evidente. La gente se siente desamparada, olvidada, triste y resignada. Aunque la barriga suene y los dolores de cabeza sean cada vez más frecuentes, no hay forma de que la gente se organice, en parte, porque falta una voz cantante. Protesta sin guía es un saco roto y es perfecta para la represión. Esa historia ya se vivió y aún cuesta superarlo porque los más de 100 muertos que dejó 2017 en medio de las manifestaciones todavía no consiguen justicia… ni la tendrán mientras Maduro siga al frente del Gobierno.
Por supuesto que los grandes conflictos requieren conversaciones y negociación. Así ha ocurrido en otras partes del mundo con resultados favorables, menos en Venezuela porque la imprudencia de las partes involucradas termina revelando detalles que no debían ser de dominio público.
El chavomadurismo, a pesar de todas las vicisitudes, está confiado. Sabe cómo atajar sus problemas internos y siempre logra la disciplina necesaria, cosa que no ocurre en las filas opositoras. Las únicas posibilidades de que se sienten a facilitar una transición es que el alcance de las sanciones internacionales y una ruptura institucional-provocada por el sector militar- los arrincone, pero eso no ha pasado.
Lo cierto es que los sucesos de la avenida Bolívar de Caracas-con la explosión de dos drones muy cerca de la tarima presidencial- dejaron clara la vulnerabilidad de la seguridad presidencial y la poca disposición de la tropa de proteger al gobernante, porque salieron corriendo atemorizados.
La violencia nunca será el camino para resolver las diferencias, por eso los demócratas deben rechazar ese escenario con contundencia. Apostar por una solución electoral no pareciera ser posible y menos con un Consejo Nacional Electoral (CNE) tan parcializado. La vía del diálogo tendrá frutos solo si la oposición, como mayoría del país, logra imponerse ante el chavismo y que estos admitan que deben abandonar el poder. ¿Estaría Maduro dispuesto a dejar la silla de Miraflores? ¿Quién sería el líder de esa transición? Son dos interrogantes fundamentales para saber en dónde está parado el país, ese que desangra día a día ante las cientos de penurias que debe atravesar.