La palabra “caribeño” ha empezado a circular en algunos sectores de la sociedad chilena con un tono peyorativo, utilizada mayormente para señalar a los venezolanos que residimos en este país. Es una estrategia sutil, una suerte de eufemismo, para camuflar la xenofobia con una supuesta neutralidad. Sin embargo, lo que ciertos grupos intentan reducir a una etiqueta despectiva, se transforma día a día en un símbolo de orgullo, gracias a la labor incansable de compatriotas que están dejando una marca imborrable en la historia de Chile.
Un ejemplo brillante, y el más reciente, es el del maestro venezolano Rodolfo Saglimbeni, quien dirigió la Novena Sinfonía de Beethoven en la imponente ‘Oda a la Fraternidad’. Un evento calificado por el propio presidente Gabriel Boric como “el concierto sinfónico más importante de nuestra historia”, presentado en el Estadio Nacional y con la participación de la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile y el Coro Sinfónico de la U de Chile.
Este hito cultural no solo resalta la trascendencia del evento en sí, sino también el aporte de un venezolano que, desde 2019, lidera a una de las instituciones artísticas más importantes del país.
No es un caso aislado, pero sí emblemático. Saglimbeni, como tantos otros venezolanos, trabaja día a día por elevar el nivel cultural de una nación que, irónicamente, tiende a destacar lo negativo de nuestra presencia antes que valorar lo positivo.
El concierto también cargaba un simbolismo histórico. Fue la primera vez que estas agrupaciones musicales pisaron el Nacional desde el 12 de marzo de 1990, cuando Chile celebraba el retorno a la democracia con la asunción de Patricio Aylwin. Treinta y tres años después, el estadio volvió a vibrar con una obra que encarna la fraternidad y la unión de los pueblos.
Sin embargo, poco o nada se mencionó sobre la nacionalidad de Saglimbeni durante el acto. Aunque no estamos necesitados de elogios, ni de reconocimientos forzados, cabe reflexionar: si lo negativo de los migrantes ocupa titulares, ¿por qué los logros, los aportes y los esfuerzos pasan casi desapercibidos?
Chile atraviesa un momento crucial en su identidad como país receptor de inmigrantes. Los discursos polarizantes y los intentos de deshumanización hacia los extranjeros no construyen, solo dividen. En cambio, ejemplos como el de Saglimbeni demuestran que los venezolanos hemos venido a sumar, a contribuir en áreas esenciales como la cultura, la salud y la economía.
Que nos digan “venecos” no nos insulta. Que nos digan “caribeños” tampoco, porque, como queda claro, somos caribeños que vinimos a aportar. Y lo estamos logrando, desde los espacios más modestos hasta los escenarios más importantes.
Hoy, más que nunca, vale la pena recordar que la fraternidad no es una utopía, como nos recordó Beethoven a través de su Novena Sinfonía. Es un principio que se construye con actos concretos y con la convicción de que todos somos parte de un mismo tejido humano.
Así que… Caribeños y a mucha honra. ¡Gracias, Maestro!