Los vuelos de larga distancia pueden desencadenar una serie de incomodidades, no solo por el prolongado tiempo en una posición sedentaria, sino también debido a los bruscos cambios en los patrones de sueño. El término “jet lag” surgió en la década de 1960, cuando los síntomas asociados a este síndrome comenzaron a preocupar a los tripulantes de vuelo, pasajeros, pilotos y deportistas de alto rendimiento que viajaban internacionalmente. El jet lag, también conocido como descompensación horaria o síndrome de los husos horarios, se caracteriza por un desajuste entre el reloj interno de una persona y el nuevo horario establecido al viajar largas distancias.
Este síndrome es más frecuente en individuos que cruzan más de tres husos horarios, especialmente de oeste a este. El cuerpo humano cuenta con un reloj interno, llamado ritmo circadiano, que regula los periodos de sueño y vigilia. Los síntomas más comunes del jet lag incluyen fatiga, somnolencia, insomnio, mala calidad del sueño, y dificultades en la concentración y la memoria.
Para prevenir el jet lag, el Sistema de Salud Nacional del Reino Unido recomienda consumir cantidades adecuadas de agua antes del viaje y adaptarse a los hábitos de sueño de la zona horaria de destino. Durante el vuelo, se sugiere realizar pausas frecuentes para cambiar de posición, levantarse y estirar brazos y piernas, lo que puede mejorar la circulación y prevenir trombosis.
El profesor Russell G. Foster, de la Universidad de Oxford, destaca la importancia de la luz en la adaptación al cambio horario. Según Foster, la luz es fundamental para ajustar el reloj interno al entorno externo. Recomienda buscar la luz de la mañana si se viaja hacia el oeste, y evitar la luz matutina en la nueva zona horaria si se viaja hacia el este, pero buscar luz por la tarde para facilitar una adaptación más rápida.