En el mundo del deporte, existen códigos y reglas no escritas que garantizan la armonía entre los jugadores, técnicos y directivos. Uno de los principios más importantes es el de “jugar para el equipo”, priorizando los intereses colectivos sobre los individuales. Sin embargo, ¿qué sucede cuando las necesidades de la organización entran en conflicto con el desempeño personal?
En la próxima temporada de Grandes Ligas de béisbol, varios equipos están realizando ajustes que implican que algunos jugadores asuman roles diferentes a los que están acostumbrados. Dos casos destacados son los de José Altuve, quien después de 14 años se trasladaría a los jardines de los Astros, y Rafael Devers, quien se niega a compartir la tercera base con Alex Bregman en Boston.
Inicialmente se planteó la posibilidad de mover a Altuve de posición para dar cabida a Bregman, pero pronto se hizo evidente que esa sugerencia era simplemente una forma de justificar una decisión ya tomada. Al inicio de los entrenamientos, Altuve se trasladó al jardín izquierdo, permitiendo probar a nuevos talentos en la segunda base y brindar descanso a Yordan Álvarez. A pesar de las críticas de la prensa, Altuve aceptó la decisión con serenidad, reconociendo el talento joven del equipo.
En contraste, Rafael Devers se ha mostrado renuente a ceder su posición en la tercera base, argumentando que Boston le garantizó ese puesto en su contrato reciente. A pesar de la polémica, el mánager Alex Cora ha asegurado que se tomará la mejor decisión para el equipo al final de los entrenamientos. Aunque Bregman tiene un mejor porcentaje de fildeo, Devers ha sido más productivo con el bate en los últimos años.
¿Es justificable que los jugadores se nieguen a cambiar sus rutinas en beneficio del equipo? Aunque es comprensible su postura, en última instancia, el deporte profesional es un negocio y los intereses de la organización prevalecen sobre los individuales.