La figura de Jorge Mario Bergoglio, conocido mundialmente como el papa Francisco, es sin duda una de las más influyentes y carismáticas del siglo XXI. Su legado como líder espiritual y su enfoque en la cercanía con la gente lo han convertido en un referente no solo para los católicos, sino para el mundo entero. Sin embargo, antes de asumir el papado, una imagen en particular capturó la esencia de su personalidad y su visión del mundo: una fotografía que se ha vuelto icónica tras su fallecimiento a los 88 años.
La famosa fotografía fue tomada en 2008 por el fotógrafo argentino Pablo Leguizamón, cuando Bergoglio aún era arzobispo de Buenos Aires. En la imagen, el entonces arzobispo aparece con la mano derecha dentro del saco, mirada fija en la cámara y vestido de negro, un atuendo que evoca el luto y el duelo, un presagio de la tristeza que se siente hoy con su partida.
El retrato fue capturado durante un acto con motivo de la festividad del Corpus Christi, celebrada en junio. En lugar de utilizar un automóvil oficial para trasladarse, Bergoglio decidió tomar el subterráneo más antiguo de Buenos Aires. Esta elección sorprendió a Leguizamón, quien recuerda que la experiencia de viajar en ese metro era “entre terrorífica y un viaje en el tiempo”, con luces que se apagaban y volvían a encenderse en medio de las estaciones.
La fotografía tiene un ángulo que otorga a Bergoglio un aire épico, casi “napoleónico”, según las palabras del propio fotógrafo. Este enfoque logró capturar no solo la presencia del hombre que se convertiría en papa, sino también la esencia de su carácter: austero, accesible y cercano a la gente. A pesar de la majestuosidad de la imagen, en ese instante, nadie reconocía a Bergoglio como una figura de gran relevancia. Él continuaba llevando una vida sencilla, lejos de los lujos que a menudo se asocian con el clericalismo.
Leguizamón comparte que había algo especial en la forma en que Bergoglio interactuaba con las personas, algo que se reflejaba en su mirada. Esta conexión genuina con la gente lo posicionó como un líder natural en una época en la que la Iglesia Católica enfrentaba varios desafíos, tanto internos como externos.
La imagen de Bergoglio en el subte no solo es un retrato; se ha convertido en un símbolo de su compromiso con la humildad y la cercanía. Su papado, inaugurado en 2013, estuvo marcado por un enfoque renovador, donde la inclusión, la justicia social y la defensa de los más vulnerables fueron pilares de su ministerio. Francisco se convirtió en el primer papa latinoamericano, lo que representó un hito histórico para la Iglesia Católica, que ha sido tradicionalmente dominada por líderes europeos.
Su muerte, anunciada este lunes por el Vaticano, ha conmocionado al mundo. Francisco falleció a causa de un derrame cerebral que lo llevó a un coma y, posteriormente, a un colapso cardiocirculatorio irreversible. La noticia ha generado un torrente de reacciones y homenajes, no solo de líderes religiosos, sino de personas de diversas creencias y orígenes que encontraron en él un líder que abogaba por la paz y la unidad.
La vida de Jorge Mario Bergoglio es un testimonio de cómo la fe puede inspirar cambios significativos en la sociedad. Desde su enfoque en el diálogo interreligioso hasta sus viajes por el mundo promoviendo la paz, Francisco dejó una huella imborrable. En sus discursos, siempre insistió en la importancia de la empatía y el amor al prójimo, valores que resonaron profundamente en un mundo a menudo dividido.
A medida que el mundo llora su partida, es esencial recordar no solo al papa Francisco, sino a Jorge Mario Bergoglio, el hombre que caminaba por las calles de Buenos Aires, viajaba en el subte y se preocupaba por los problemas de la gente común. Su legado perdurará en las acciones de aquellos que continúan su misión de amor y servicio.
La pregunta que muchos se hacen ahora es: ¿qué sigue para la Iglesia Católica tras la muerte de un líder tan influyente? Los desafíos son grandes y la necesidad de un liderazgo que inspire y una a las comunidades es más urgente que nunca. La imagen de Bergoglio, con su mano dentro del saco y su mirada fija, se convierte en un recordatorio de que la humildad y la dedicación son fundamentales en el camino hacia una sociedad más justa y unida.
La fotografía de Pablo Leguizamón no solo captura un instante, sino que narra una historia de fe, compromiso y amor por la humanidad. En este momento de duelo, recordemos que el legado de Francisco continúa vivo en cada acto de bondad y en cada esfuerzo por construir un mundo mejor.
Con información de ANRT
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