En una sociedad donde el amor por los perros ha alcanzado niveles de devoción, encontrarse con personas que no quieren acariciarlos, tocarlos o siquiera acercarse a ellos puede resultar desconcertante. ¿Es miedo, rechazo, indiferencia o algo más complejo? ¿Qué dice la psicología sobre este significado que para muchos resulta fuera de lo común?
Expertos en comportamiento humano coinciden en que no se trata simplemente de “no gustar de los perros”, sino de una serie de factores emocionales, cognitivos y sociales que pueden influir en la forma en que una persona se relaciona con los animales, particularmente con aquellos que representan afecto y cercanía como los perros.
Desde un punto de vista clínico, sí es normal. No existe una regla universal que obligue a las personas a conectar con los perros. Sin embargo, cuando la evitación es constante, automática o emocionalmente intensa, puede ser reflejo de algo más que una simple preferencia.
De acuerdo con la psicóloga clínica Mariela Campos, consultada por medios especializados en conducta humana, “la decisión de no acariciar a un perro no implica necesariamente falta de empatía o frialdad, pero puede estar ligada a estilos de apego, experiencias tempranas, ansiedad social o incluso condicionamientos culturales”.
Uno de los motivos más comunes es haber tenido una mala experiencia con perros durante la infancia, como una mordida o un ataque. Estos recuerdos pueden quedar registrados en el inconsciente y manifestarse como rechazo o incomodidad, incluso frente a perros tranquilos.
Desde la teoría del apego, algunas personas desarrollan un vínculo afectivo más distante y racional con su entorno emocional. Este tipo de personalidad tiende a evitar el contacto físico y emocional, no solo con personas, sino también con animales que representan afecto directo.
Acariciar a un perro suele considerarse un gesto de empatía, cercanía y alegría. Por eso, quien no lo hace puede generar curiosidad o incluso rechazo social. Sin embargo, desde la psicología, esta conducta no es necesariamente un signo de frialdad o insensibilidad, sino que puede reflejar una historia emocional, un estilo de personalidad o incluso una forma distinta de amar.
Es interesante observar cómo diversos factores pueden influir en la relación que una persona establece con los perros. Entre ellos, se destacan:
Hay un estigma asociado a no querer acariciar o acercarse a perros. Muchas veces, la sociedad interpreta esta conducta como una falta de amor o empatía hacia los animales. Sin embargo, es vital entender que cada individuo tiene su historia y su forma de interactuar con el mundo.
La psicología invita a la empatía y a la comprensión. No todos los que evitan el contacto físico son insensibles; de hecho, pueden estar lidiando con sus propias batallas internas. La clave está en fomentar un ambiente donde se respeten las diferencias individuales y se promueva el entendimiento.
En resumen, el hecho de que una persona no quiera acariciar a un perro no debe ser motivo de juicio o rechazo. La psicología nos enseña que nuestras interacciones están profundamente influenciadas por nuestras experiencias pasadas, estilos de apego y contextos culturales. Es fundamental adoptar una postura de respeto y comprensión hacia quienes optan por mantener su distancia, recordando que cada historia es única y cada forma de amar, válida.
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