La angustia de Carlos Eduardo: De la presión por ser deportado al temor de acabar en una cárcel de máxima seguridad en El Salvador
A Carlos Eduardo le había bajado un poco la presión de ser deportado; sin embargo, desde el pasado domingo, el miedo volvió a quebrantar su estado emocional en cuestiones de segundos.
Él se vio reflejado en el rostro de los 238 venezolanos que fueron trasladados al Centro de Confinamiento de Terrorismo (Cecot) en El Salvador y sintió pavor, tanto así, que no fue a trabajar al día siguiente.
Carlos Eduardo tiene grabada en su memoria la imagen de los funcionarios empujando a los detenidos cuando llegaron a la cárcel de máxima seguridad, ubicada en el distrito de Tecoluca en el departamento de San Vicente.
«Fue un trato indigno», aseguró a El Pitazo, vía telefónica, el 18 de marzo. Esa misma sensación de rechazo le provocaron los videos que se divulgaron mientras las autoridades afeitaban a los privados de libertad. «Todos tenían cara de miedo», afirma.
Carlos Eduardo tiene 29 años y vive en Chicago, Estados Unidos, desde hace dos años. Llegó a esta ciudad cuatro meses después de salir de Venezuela, a través de la frontera con Colombia, y cruzar El Darién.
Tiene TPS aprobado, pero este permiso temporal se le vence el próximo mes de abril. Ahora hace las gestiones para introducir el asilo.
«Cada vez que veo un uniformado me asusto, así no sea de migración. Esto no es vida, me siento perseguido. Uno de los motivos por los que salí de Venezuela fue la inseguridad y ahora, aquí, estoy más nervioso cuando salgo a la calle», indicó el caraqueño.
Su preocupación crece porque entró a Estados Unidos con la ayuda de coyotes que le cobraron 3.000 dólares para cruzarlo desde México y entregarse a las autoridades estadounidenses.
A este paso irregular se suma una multa por irrespetar un semáforo. «Siempre voy derechito por el carril, porque en este país uno no se puede comer la luz, como decimos en Venezuela, pero ese día pensé que me daba tiempo de avanzar y el semáforo cambió. De inmediato me detuvo un funcionario», recordó.
El dibujo de una culebra en su pierna derecha también le preocupa, por ello ahora prefiere no usar bermudas. «Si tienes tatuaje, la policía te ve como un…
La mamá de Carlos Eduardo también está angustiada. Entre el domingo y el lunes lo llamó no menos de siete veces. Ella teme ver a su muchacho en un vídeo como los que circularon el pasado domingo. Entre lágrimas le pide que regrese a casa.
«Yo soy una persona trabajadora. En mi país nunca me metí en problemas y aquí tampoco, pero mi mamá piensa que eso no vale de nada a la hora de que un funcionario me quiera deportar. Siento mucha tristeza por ella, pero aún no es hora de volver a Venezuela», indicó.
Carlos Eduardo no cree que todos los trasladados a la cárcel de El Salvador sean miembros del Tren de Aragua y lamenta que los venezolanos «estemos rayados en todo el mundo».
A propósito de esta «etiqueta» le hacen bromas de mal gusto en la pizzería donde trabaja. «No todos los venezolanos somos malandros. La mayoría somos personas trabajadoras, humanas, alegres y progresistas, pero nos va a costar mucho quitarnos esa fama de delincuentes», dijo con resignación.
La historia de Carlos Eduardo es solo una de las muchas que reflejan la situación de muchos venezolanos que buscan un futuro mejor fuera de su país. La incertidumbre, el miedo y la presión por la deportación son sentimientos que los acompañan a diario, afectando su bienestar emocional y mental.
Es necesario reflexionar sobre las políticas migratorias, los tratados internacionales y la protección de los derechos humanos de los migrantes, para garantizar un trato digno y justo a todas las personas que buscan refugio en otros países. Mientras tanto, personas como Carlos Eduardo continúan luchando por un mejor mañana, enfrentando desafíos y obstáculos que ponen a prueba su fortaleza y determinación.